Cuenta Juan Jesús Ayala en el periódico canario eldia.es que “los griegos fueron los primeros que utilizaron la palabra "hybris" para definir al héroe que conquista la gloria y que, ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un dios, capaz de cualquier cosa.”
El síndrome de Hybris fue descrito hace años por David Owen, quien fuera ministro de Asuntos Exteriores británico y que, como además era neurólogo, escribió "En la enfermedad y en el poder", un libro en el que habla de una patología que afecta a determinados políticos con alta responsabilidad de gobierno, mismo que “inicia con una megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada.”
Felipe Calderón, sin duda, es un ebrio del poder. Megalómano, “se lanzó como El Borras” en contra de la delincuencia organizada, embarcando a las Fuerzas Armadas en una guerra de guerrillas que --como sucedió en Vietnam a los estadounidenses-- se adivina tienen perdida. Paranoico, ve en sus opositores y críticos a enemigos personales que quisieran acabar con él. Clásico: de la euforia, pasó rápidamente a “la cruda”.
Una característica del Hybris, es la persistencia en el error e incapacidad para cambiar de rumbo en su toma de decisiones. Organiza consultas tras consultas para el monotemático asunto de la seguridad pública, y acaba mintiendo –“nunca he dicho guerra”-- y haciendo lo que le viene en gana, sin escuchar a nadie más.
Bien podría decirse que el ocupante de Los Pinos evalúa todas las situaciones a través de ideas fijas, preconcebidas y rechazando toda evidencia contraria a esos sus prejuicios.
Psiquiátricamente, dicen los expertos, el Síndrome de Hybris o El Mal Del Poder es un desorden de la personalidad, producto de una escasa madurez psicológica.
Sus pacientes persiguen compulsivamente el poder y se aferran al mismo. Y ahí hay que tener cuidado, pues ebrio de ese poder adquirido “haiga sido como haiga sido”, Calderón podría intentar perpetuarse en el poder.
Individuos que padecen este síndrome se creen en posesión de la verdad absoluta. No reconocen sus errores o fallas. Desprecian todo lo que va contra sus objetivos o sus ideas. Están alejados de la realidad.
La evolución del síndrome se da en tres fases.
De humildad, cuando llegan al poder. Pasan, luego, al desarraigo del contexto normal por la actitud de los inferiores, los yesmen, quienes le dicen que el reloj marca la hora que ellos quieran, los que les alaban hasta las tonterías en los medios de comunicación. Y de ahí saltan al estadio en el que nadie puede diferir de sus ideas: “¡están conmigo o contra mí!”.
Es obvio que el michoacano –como casi todos quienes antes han sido inquilinos de Los Pinos— ya ha cruzado por los tres ciclos y ahora está instalado en la borrachera sexenal.
Empezando por su propia casa, el PAN, hace ahí sólo su santa voluntad. Atropella estatutos, choca con quienes quieren detenerlo, ha convertido a su partido en un espacio en donde nadie puede crecer ni moverse a su libre albedrío por miedo a la ira del primer –y único-- panista del país. Alianzas con sus peores opositores, vergonzosas dimisiones de sus candidatos…
Lo que hace con el país es todavía peor. Lo ¿conduce? prácticamente en reversa. Hasta hoy sólo “ha metido primera” en materia de corrupción, analfabetismo funcional, decrecimiento económico hacia donde “avanzamos” a ocupar los primeros lugares.
Calderón está enfermo. Embriagado de poder. Ve una realidad distorsionada. La que el imagina entre los vapores del poder.
Hay razón, por eso, cuando se dice que una sociedad sana no puede estar gobernada por la insania.
Necesitamos avanzar, como sociedad, a establecer en todo momento la posibilidad de retirar constitucionalmente del poder a quienes, aunque tengan una legitimidad de origen –que no es el caso--, fracasen en una legitimidad de desempeños y resultados y puedan ser sometidos al control social respectivo.
Hoy a lo único que podemos apelar es que, como castigo al Hybris está la Némesis que, a través del fracaso, devuelve al paciente a la realidad. Pero mientras…
Índice Flamígero: No lo defiendas, comadre. Tal podría decirse a la señora Josefina Vázquez Mota, quien reaccionó casi histérica en contra de los legisladores Fernández Noroña, Cárdenas y DiConstanzo. No. Ellos no “acusaron” a Calderón. El alcoholismo no es un crimen. Es una enfermedad. En todo caso, Jose –cual la motejan-- debería apoyarlo con una intervención, si es que de verdad padece ese mal que es crónico, mortal.
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